domingo, 28 de diciembre de 2008
Mi amigo Clint.
Esta tarde mi mujer y yo hemos ido a ver a un viejo conocido. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Quizás hará un par de años desde la última vez. Pero bueno, él es así. Es esa clase de amigos al que siempre nos gustaría ver más a menudo, pero pueden pasar meses o años entre un encuentro y otro. Como dice él; “lo poco endulza, pero lo mucho empalaga”. Tendremos que conformarnos con eso.
En fin, a lo que iba. Lo que nos gusta de él es que siempre tiene una buena historia que contar. De esas que te dejan enganchado al sillón. Hoy nos ha explicado una sobre una madre y su hijo. La historia, para que engañarnos, es dura, casi rozando lo kafkiano. Un relato para adultos, de los que a Clint le gustan, porque como él dice; “hoy en día solo se hacen cuentos para adolescentes”. Es curioso porque en su historia, a pesar de eso, los buenos son muy buenos y los malos muy malos. El mundo real no es así, nada es blanco o negro, sino gris. Una infinidad de matices gris. Clint lo sabe, y puede que por eso ha ubicado su relato en una época en la que el mundo era monocromo, tirando a sepia, y donde cada esquina parecía una portada del Saturday Evening Post. Es un mundo feliz y confiado que, sin saberlo, se dirige hacia uno de sus mayores desastres. Y esta historia es una especie de aviso sobre la locura que se avecina. Pero, volviendo al tema del blanco y al negro, también hay grises en su relato. Curiosamente ha escogido a dos niños, los personajes más inocentes, para mostrarnos una variada gama de grises. Clint es así.
Cuando ha acabado de contarnos la historia, nos hemos quedado en silencio. Sus cuentos tienen ese efecto. Se te clavan en lo más hondo de tu corazón y no puedes hacer otra cosa que pensar en ellos y sobre ellos. Al fin y al cabo es lo que deberían hacer todas las buenas historias. Si no, ¿para qué te las cuentan?
A modo de anécdota, ha habido un detalle que me ha hecho mucha gracia: la forma de contarnos el final. Era igual al final de otra historia que me contaron hace tiempo. La de un detective negro. Un tal John Blacksad. Pero por la mueca que ha puesto cuando se lo he dicho, he supuesto que no había sido cosa suya. Supongo que será obra de su amigo Joseph.
En fin, ha sido una tarde muy entretenida. No te lo he dicho al despedirnos, pero gracias por tu historia. Nos vemos en Febrero amigo, ¡palabra!
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